CUANDO LEVANTARON LA BANDERA DEL ELN ME DI CUENTA QUE ERA UN SECUESTRO
JUAN DAVID ZULUAGA DUQUE
“Todo sucedió demasiado rápido, pero en
ese momento para nosotros fue
demasiado lento...”
Las luces del sol empezaban a acariciar la noche que lentamente se escondía, parecía como si ésta no quisiera irse, quizás ella sabía lo que iba a suceder y tal vez por eso no quería que Medellín se viera como si fueran las 6:00 de la madrugada, hora en la cual debía estar preparado para el peor episodio de mi vida.
La madrugada estaba fría, pero aquello no era disculpa para quedarme en casa y no ir a trabajar, esta vez tenia que ir al taller de joyería que quedaba ubicado en el municipio de Barbosa, Antioquia. Cuando me levanté a eso de las 5:00 AM, me di cuenta que estaba lloviendo. Fui por mi toalla y me metí al baño, no me demore mucho, porque por esos días el calentador de agua estaba averiado y la mañana no estaba como para disfrutar del agua fría. Salí del baño, busque la ropa que me había organizado Mary Luz, mi esposa, y de inmediato me la puse. En ese momento se despertaron Juliana y Juan David, mis dos hijos mayores, que debían ir a estudiar, quienes aun eran ciegos como yo de lo que iba a pasar en unas pocas horas. Cuando terminé de arreglarme, fui a la cocina y allí ya estaba Ferney, la empleada del servicio que nos ayudaba por esos días, preparándome algo de comer antes de partir hacia Barbosa.
Después de un chocolate espeso con una arepa, me fui a lavar los dientes, cogí mi billetera, mis papeles personales y me senté en la sala de mi casa, que quedaba ubicada en el barrio Laureles del sur occidente de la ciudad de Medellín, a esperar a César Tabares, mi jefe, habíamos quedado la noche anterior que él me recogía para dirigirnos al taller con el fin de llevar un material en oro para la producción. La madrugada seguía siendo azotada por la lluvia. Sentí que un carro pitaba en la calle, me imaginé que era Cesar, me fui hacia mi cuarto a despedirme de Mary, ella aun dormía placidamente, luego me dirigí hacia Juliana, Juan David y Alejandra, mi hija menor, que ya estaban desayunando para ir a sus respectivos colegios, les dije “chao” y con un movimiento de manos me despedí, sin imaginarme que quizás esta despedida tenia que ser mucho mas emotiva, pues durante mucho tiempo no los volvería a ver.
Bajé las escalas, abrí la puerta. El viento se estrelló con mi cara, como si quisiera decirme algo. Me monte al carro, César me saludó amablemente como siempre, escuchábamos las noticias deportivas de RCN Radio, en realidad no recuerdo que hablamos mientras nos dirigismo para Barbosa, solo sé que íbamos muy tranquilos, nunca se nos pasó por la cabeza lo que estábamos a punto de vivir.
César y yo nos conocemos desde muy pequeños, el nació también en Santo Domingo de Guzmán, un municipio del nordeste antioqueño, que queda a dos horas y media de Medellín. El y yo siempre nos la llevamos muy bien, fuimos amigos de pequeños, y en ese momento yo trabajaba para él. La joyería se llamaba Joyeros Unidos, sólo trabajamos con oro. Por mi parte yo lo comercializaba en el sector del centro, le vendía nuestra mercancía a la mayoría de las joyerías del sector. En el trabajo todo el mundo me conocía como “Marcos”, desde mi jefe César, hasta la señora del aseo.
De algo que si me cuerdo haber hablado fue cuando, César me comentó que había sacado 2 libras de oro. No me asusté, era un cifra demasiado normal para mi que toda la vida he trabajado con éste. La camioneta era una Bronco, íbamos a 60 Km/h aproximadamente, nada malo nos podía pasar. La lluvia cesó cuando estábamos por Copacabana, un poco después de pasar aquel pueblo, nos embistió una camioneta Hilux gris, que venía en dirección contraria a la nuestra. Mis ojos no quisieron ver nada, me aterró el solo imaginar como iban a quedar los dos carros después de semejante golpe. En el momento del choque, César quedo tan atónito como yo, lo único que pudo decir fue “hijueputa, Marcos la volvieron mierda”. Me miró y en sus ojos se veía la preocupación por lo que pasaba.
Vimos que los dos hombres, que venían adelante se bajaron de la camioneta. Se arrimaron a las dos puertas de la nuestra y nos “encañonaron” con unos rifles, nunca en la vida había visto una tan de cerca. En ese momento sentí como la vida se me acaba, sentí que todo lo que había querido ser se desplomaba, sentí la muerte muy cerca, me habló de frente, me quería llevar con ella. No sabia que hacer, todo era muy confuso no entendía lo que pasaba. Todo se me nubló, pensé en mi familia, mi esposa, mis 3 hijos, en mi infancia, mis padres...con un brusco golpe volví a la realidad, el hombre que estaba “encañonando” a César, le dijo agitado, “salgan del carro ya”. Abrimos la puerta, obedeciendo a la orden de estos hombres, nos apuntaron en la espalda, sentí del frió del arma, esta marcaba como si fuera un pincel mi destino, y en realidad no era nada bueno. Nos metieron en el carro. Yo no quería hablar, Cesar por su parte si me decía “Marcos que paso”, “señores nosotros si quieren les pagamos los daños del choque, pero déjenos en paz”, “ hablemos, que así no se solucionan las cosas”, pero no encontró respuesta alguna de ninguno de los hombres, solo recibió la orden de que agacháramos la cabeza. Sin pensarlo dos veces, obedecimos, nos tenían el rifle apuntando toda la cabeza. Una vez mas sentí el olor a muerto que fastidiaba mi existencia, ya casi no era del mundo de los vivos, estaba a punto de dejarlo todo por encontrarme con quien sabe que. En el auto habían otros dos hombres, que eran los que nos estaban apuntando. Ninguno nos decía nada, pasaron aproximadamente quince minutos y aun no entendíamos lo que pasaba, lo que en ese momento pensé, era que ellos eran mafiosos y estaban indignados por el choque. Fui muy ingenuo, o tal vez no quería aceptar lo que de verdad estaba pasando. Desde abajo pude ver que uno de ellos saco una bandera, cuando vi que era del ELN me di cuenta que era un secuestro.
En el momento en que entendí todo, me “pasme”, mi mente quedo en blanco, sentí la impotencia mas grande que había sentido en mi vida. De nuevo pensé en mi familia, que seria de ellos sin mi. Mis hijos que aun estaban pequeños no lo entenderían. ¿Cómo se vana a enterar que estoy secuestrado?, van a empezara a buscarme por cielo tierra y mar y no me van a encontrar. ¿Qué será de mí?, ¿mi vida correrá riesgo? Eran preguntan que se clavaban en mi mente como si fuera una diana.
La camioneta empezó a transitar por carretera destapada, nosotros seguíamos ahí mirando el suelo del carro. Por un momento pude ver de reojo un letrero que decía “Escuela El Peñol”, me di cuenta que ya estábamos muy lejos de donde nos habían quitado la libertad. Estuvimos en el carro aproximadamente 2 o 3 horas, pero para mi fueron como 3 meses, me asustaba muchísimo el tener un arma en la cabeza a punto de mandar una de sus balas a mi cráneo. Llegamos a un terreno desierto, el viento soplaba fuerte nuestros cuerpos que casi sin vida, debían obedecer ordenes. Se notaba claramente que había un líder entre los secuestradores. Todos tenían cara de campesinos, se veía que era gente que no había recibido educación alguna. El líder aunque no era “educado”, si se le notaba su avidez para todo.
Se comunicaban por radioteléfonos con claves. Decían cosas como “halcón a Pájaro muerto” o “estoy con el aceite y un poquito” obviamente el poquito era yo, eso me hacia reír mucho. Caminamos toda la mañana hasta eso de las 3 de la tarde, llegamos a una casa abandonada. Se notaba que en la casa había habido gente, pensamos que quizás habían mantenido aquí también a otras personas como nosotros. Privadas de libertad. El líder dio la orden de que nos prepararan algo de comer. A la media hora llego uno de ellos con un sancocho de gallina, por cierto la carne estaba demasiado tiesa, debió haber sido que mataron una muy vieja. Sin pensarlo, comimos al instante, aunque a uno no le da mucha hambre estando en una situación como esa. Uno no siente nada, solo desespero, impotencia, y ganas de despertar de esa pesadilla. El secuestro es algo demasiado incoherente, lleno de miedos y de rutinas.
Esa noche la pasamos allí, nos acomodaron en una cama a los dos, nos dieron unas cobijas viejas. Pensaron que íbamos a dormir, pero tampoco dormimos, uno tampoco duerme, solo cierra sus ojos unos minutos y se levanta asustado de que lago malo le fuese a pasar.
Cuando amaneció, nos llevaron por el monte hacia otro campamento, allí nos recibió el grupo con el que nos íbamos a quedar, eran cinco personas, cuatro hombres y una mujer. En este campamento estuve los tres meses que permanecí en cautiverio. César y yo permanecíamos vigilados todo el tiempo de ellos, sin embargo no nos cohibieron de escuchar noticias o de hacer actividades como jugar fútbol o comer por ejemplo. Nunca nos trataron mal, ni mucho menos nos golpearon. Fueron normales con nosotros. Esque si uno los trataba mal, ellos lo trataban a uno mal, de lo contrario eran personas que simplemente se dedicaban a lo suyo, a vigilar que no pasara nada raro con nosotros.
Fueron tres meses, que para mi fueron como 5 años, no veía la hora de llegar a mi casa y ver a mi familia de nuevo; se que también para mi familia fue muy traumático todo esto. Son pruebas que nos pone la vida. A mi me liberaron después de una negociación con el ELN. Ellos cumplieron su parte y nosotros la nuestra. Ese día unos de los secuestradores me levanto temprano y me dijo “arréglese que usted hoy se va”, mi cara cambió totalmente. Me estremecí mucho con solo escuchar esas palabras. Cesar escucho todo y le pregunto “¿y yo que?”, él le respondió directo y frió, “usted nada, vuélvase a acomodar que aun no se puede ir”. Luego me explicaron que yo iba a ser el negociador de la libertad de Cesar, por tanto yo iba primero.
Me dieron 10 mil pesos y me dijeron que me fuera, que hacia el norte cogía carretera, que allá podía coger un bus hacia Medellín. Efectivamente hice lo que me dijeron y llegue a mi casa el 28 de Mayo de 2001, duré exactamente 96 días en cautiverio, desde el 22 de febrero. El reencuentro con mi familia significo volver a vivir, sentir de nuevo el alma en el cuerpo. Pensé que nunca mas los iba a volver a ver.
El secuestro es sencillamente hablar con la muerte, es tratarla de cerca, es sentirla, porque en cada momento la sientes mirándote fijamente sin querer dejar que te vayas...
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