lunes, 4 de octubre de 2010

Berlín, una ciudad agridulce


Berlín es de esas ciudades extraña por sí misma. Alguien que resulta “raro” en Colombia, aquí no llega ni a ser distinto, porque resulta que toda la población es distinta. Quizás es por eso que me ha fascinado esta ciudad. Cada cual es libre de hacer lo que quiera, de vestirse como quiera y de vivir como quiera.

Sin embargo, a pesar de que Berlín es una ciudad que cuenta con esa cierta sensación de libertad, los berlineses aún llevan en su corazón aquel pecado y aquella época de barbarie impregnada en su memoria colectiva. Esto termina por presentarse como un sabor agridulce dentro de lo que se siente cuando se camina por sus calles, sus monumentos y sus parques.

Quizás en cada esquina, cada berlinés puede recordar lo que hicieron sus antepasados al toparse de frente con una placa que expresa algo más o menos así: “Aquí vivió Pepito Pérez, fue sacado a la fuerza de su casa y murió después de que los nazis ordenaran su ejecución en determinada parte de la Alemania”… Yo pienso que sería tenaz que en cada esquina de Medellín hubiera una placa que dijera “aquí vivió el lava perros Fulano Pérez, sirviente del capo de narcotráfico Pablo Escobar”. Sin embargo los berlineses piensan un poco diferente. Berlín presenta este tipo de recuerdos en sus diferentes formas porque, de alguna manera, este tipo de representaciones les obliga a recordar lo que hicieron sus ascendientes y los invita a tener claro que esta época de terror no puede volver a sus calles.

Ese sabor agridulce que deja una ciudad que aprende a perdonarse es lo que hace fascinante a Berlín, pues sus habitantes sean o no sean alemanes, tratan de no olvidar aquello que pasó hace unas décadas, pero igualmente poseen la esperanza y las ganas de poderse destacar en el mapamundi por algo distinto al holocausto nazi.

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