Desdén
Cansada decidió parar su camino. El viento susurraba el dolor de ese atardecer. Dejó de lado esa carta que había escrito pacientemente. Miraba al cielo y no comprendía su situación, “era ridícula”, pensaba. Sus brazos la amenazaban con caer bajo ese camino rígido de piedra en donde lo único que había era un asiento en el cual seguidamente se sentó con su hombre. Caminó despacio hacia aquella banca. Suspiró fuertemente, y se sentó. Seguía mirando el cielo, e inesperadamente una lágrima hizo presencia en su vida. “¡Hace cuanto no lloraba!”, pensó. Continuaron saliendo y no logró contenerlas. La vida se puso al revez y entendió que ya nada seguiría igual. Acababa de terminar con el hombre de su vida, su decisión ya estaba tomada, así tuviera la certeza de que él la amaba y que sería difícil encontrar otra persona que le brindara lo que él le dio. Se dio un golpe en el corazón y sintió el vacío de la soledad.
El viento seguía soplando fuerte, sentía frío y estaba sentada allí donde una vez, en una noche similar, él la arropó con sus brazos y vieron la madrugada abrazados mientras hablaban sobre el futuro de sus vidas. Se sintió sola nuevamente, y gritó cuanto pudo, pero esta vez él no vendría a rescatarla. Sentía culpa al recordar como él, su hombre, le abrazaba las piernas, tirado en el suelo, llorando sin consuelo alguno. Le rogó por varios minutos hasta que ella se despidió con un beso en la frente.
Ahora sentada en aquella silla, quería volver, pedirle disculpas por lo tonta que había sido, pero ya era demasiado tarde. El corazón es el órgano más sensible del cuerpo y si se lastima se corre con el riesgo de no poderlo volver a curar. Inevitablemente este corazón, el de él, su hombre, ya no quería sufrir más los abandonos inesperados de ella, su mujer.
Cerró los ojos y comprendió la gravedad de sus actos, pero la vida no perdona así de fácil. Continuó su vida tratando de amar a cuantos hombres aparecían, y gravemente se dio cuenta que al único que amaba era a él. Sin embargo, en una noche helada, ella caminaba por la misma banca, y lo encontró allí sentado, como en los viejos tiempos. Logró hablarle y disculparse. El sonrió y amablemente le dijo que no había problema, que estaba perdonada. Se abalanzó hacia a él, lo abrazó cuantas veces pudo, pero él seguía inmóvil. Cuando ella se calmó, él la abrazó y le dijo que esto se había acabado desde el día en que ella lo despreció con tanto desdén. La tomó de la cabeza, le besó la frente y finalmente, quizá como lección, se retiró.